Como todo, al menos como todo aquello que merece ser recordado con una sonrisa, esto también tuvo su origen en un sueño. Con los ingredientes de las recetas que forman los sueños, y además con un puñado de tesón, y un toque de escritura, este proyecto se asomó por fin al mundo real, antes que las personas que lo soñaron. Porque su llegada a este mundo se produjo algo después, cuando consiguieron detenerse un minuto y observar, una noche en la Casa de Campo, a las personas que hasta ese momento no tenían cara, sólo nombre e ilusión, rodeando unas bicicletas que aguardaban impacientes unas manos y piernas que les dieran vida.
Y esa noche, los impasibles pinos y encinas de la Casa de Campo, nuestro kilómetro cero, fueron testigo de miedos y emociones, de excitación y nervios, de miradas desconcertadas, de ilusiones, de sonrisas, de abrazos y de cómo un grupo de personas griegas y españolas comenzaban a formar la serpiente multicolor que durante cinco días recorrerían los parajes más inhóspitos y despoblados de nuestro país.
Pasando por el kilómetro cero de la Puerta de Sol, bajo la mirada curiosa de cientos de observadores anónimos, partimos rumbo a nuestra Ítaca veinte personas dispuestas a perseguir un sueño. Escoltadas esa mañana por la siempre colorida masa crítica ciclista, clamando y soñando con un mundo más bonito, compartimos una feliz mañana de banderas y cánticos, y llegamos a Coslada donde disfrutamos de un merecido descanso y de una agradecida paella. Aún faltaban dos decenas de kilómetros, recorridos ilusión y coraje mediante, para acabar en Camarma de Esteruelas, donde el recibimiento que nuestros amigos de la Asociación la Estera puso el colofón final al primer día de marcha.
Con ellos reflexionamos acerca de los retos que los medios urbanos deben afrontar frente a as grandes ciudades, acompañados de agradecidas cervezas procedentes de cooperativas locales. Una sala para dormir y unas mesas para comer y para poner en común los sentimientos del día fueron suficientes para reposar el remolino de emociones acumulado durante tanto tiempo. Tras las primeras 24 horas nadie dudaba ya que esto era una realidad y que ya nada podría pararnos.
El pueblo de Malaguilla sería nuestro próximo destino. Salíamos del entorno de la gran ciudad; los conejos y retamas sustituían poco a poco a los vehículos y al asfalto por el que ruedan. Primeras dificultades, averías, pinchazos, caminos sinuosos e intrincados, piedras, y arena mezclada con gotas de sudor…tras unas esperadas últimas curvas nos saludaba por fin Malaguilla, donde encontramos puertas y brazos abiertos por parte de su Ayuntamiento, su gente y su alcaldesa, Maria Isabel. Sin embargo, el cansancio comenzaba aparecer, recordándonos que la prueba a superar iba a exigir más esfuerzo del esperado. Comenzábamos a encontrarnos con nuestros demonios, enfrentados con nuestros ángeles, todos ellos presentes en todo el viaje, pues nadie dijo que el camino a Ítaca sería fácil.
Por todo ello, el siguiente día supondría para muchas personas un balón de oxígeno, pues las aguas de la presa de Alcorlo, sobre el pueblo de San Andrés del Congosto, aunque distantes aún, prometían un fin de etapa donde el bañador y las ganas de un buen remojo serían los protagonistas del día. Con ese soñado destino en nuestras mentes, las sinuosas carreteras comarcales y los caminos rurales pasaron por debajo de nuestras ruedas soplando a nuestro ritmo, dejando atrás paisajes esteparios, campos de cultivo, viñedos…toda una gama de colores amarillos, verdes, marrones, que dieron vida a la ruta hasta nuestro azul final.
Las frías aguas arrebataron momentáneamente el protagonismo a las dos ruedas, y dieron paso a la segunda sorpresa del día: nuestros cuerpos descansarían sobre un colchón, pertenecientes a la Casa Rural de Amelia, merecido premio después de tres días de pedales.
Y así, en cierto modo resucitados, cerramos los ojos con nuestro próximo destino en mente: Ujados; entre medias: el Puerto del Alto del Rey…10 kilómetros de subida constante que sin duda, se dibujó en los sueños de mucha gente.
Poniendo rumbo a la dificultad que haría de esta etapa la etapa reina, atravesando tierras de Jadraque, dehesas y formaciones de pizarras, tomamos un merecido descanso antes de afrontar el tramo que pondría a prueba nuestros nervios, músculos y tendones. Más temida que dolorosa, con ánimo y coraje, la cuesta se fue dejando vencer, y dio su brazo a torcer, rendida, cuando las últimas bicicletas, aparecieron en el pueblo de Bustares, villa que pondría fin a todas las hostilidades.
Derrotado el puerto, ninguna dificultad nos detendría hasta Ujados, donde Santiago, habitante del pueblo y uno de los protagonistas del proyecto personal de desarrollo rural del pueblo, nos recibió con toda su alegría, unas cervezas bien frías y una exquisita paella. Allí visitamos su proyecto, sus huertas, sus casas de labores, y disfrutamos de una agradable tertulia donde tuvimos la oportunidad y el lujo de poder preguntarnos si otra forma de vida, más en consonancia con valores sociales y ambientales, si otra forma de vida es posible.
Y tras tantas emociones, nos esperaba por fin Medinaceli…sólo 60 kilómetros nos separaban del destino. Esos 60 kilómetros concentraron toda las emociones del viaje, los recuerdos de malos y buenos momentos, de rocío y frescor en la mañana, de implacable sol, de hambre y sed, de necesidades satisfechas, de lucha contra demonios, de apoyo de nuestros ángeles. Y todo junto comenzó a aflorar cuando antes de la subida final pudimos observar el siguiente cartel: Medinaceli, 7 km. Sí, por fin, acompañados de nuestros ángeles, vencidos nuestros demonios, hicimos entrada triunfal al pueblo.
Allí, como hipnotizados por una magia de origen incierto, un círculo formado por ahora amigos se fue formando despacio y lentamente; y sentados en silencio de cara al horizonte, dejaron descansar su bicicletas, y guiados sin saber por quién y por qué, formaron una familia que junta compartía, con miradas y sonrisas, el mismo sentimiento: lo hemos conseguido…